«Vacunas bajo la lupa»: siete mitos y verdades que salvan vidas en Bolivia

Agencias
Nicolás, de 6 años, salía de clases en una escuelita de la zona sur de La Paz cuando su madre notó unas manchas rojizas en su cuello. Pensó que era alergia al detergente o quizá sarpullido por el calor. Dos días después, el diagnóstico fue contundente: varicela. El caso de Nicolás se suma a otros reportados en Bolivia este año, en un contexto preocupante donde la cobertura de vacunación infantil ha disminuido drásticamente desde la pandemia, dejando grietas en la barrera de protección colectiva que por décadas nos resguardó de enfermedades graves. El retorno de enfermedades que parecían controladas como la varicela y ahora el sarampión, pone en evidencia un fenómeno global que también impacta en nuestro país: la desinformación sobre las vacunas. Movimientos antivacunas, teorías falsas compartidas en redes sociales y la desconfianza hacia las instituciones han hecho mella en la salud pública. Frente a este panorama, la ciencia responde con claridad. Para Griselda Vargas, directora de la carrera de Medicina en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, “las vacunas son la mejor herramienta de prevención. Disminuyen la mortalidad y mejoran la calidad de vida, especialmente en los niños. Negarse a vacunarse no solo pone en riesgo al individuo, sino a toda la comunidad”. En ese espíritu, aquí desmentimos siete de los mitos más frecuentes sobre las vacunas:
-MITO 1: Las vacunas causan autismo. Este mito nació de un estudio fraudulento publicado en 1998, el cual fue luego retirado por la revista científica por manipulación de datos. No existe ninguna evidencia científica que relacione vacunas con autismo. Múltiples investigaciones en Estados Unidos, Europa y América Latina han confirmado que la vacuna triple viral (sarampión, paperas y rubéola) no afecta el desarrollo neurológico.
MITO DOS: Las vacunas contienen mercurio tóxico. Algunas vacunas multidosis usan Tiomersal, un compuesto que contiene etilmercurio, como conservante. Según la OMS, no se acumula en el cuerpo ni causa daño neurológico. Lo que sí es tóxico es el metilmercurio, presente en algunos pescados o pesticidas, pero no en las vacunas.
MITO 3: No es necesario vacunar porque las enfermedades ya desaparecieron. El sarampión, por ejemplo, fue casi eliminado en América Latina. Pero basta una baja en la cobertura para que resurjan brotes, como el actual en Bolivia. “Si dejamos de vacunar, las enfermedades regresan”, advierte Vargas. La protección se mantiene mientras haya inmunidad colectiva, algo que solo se logra con altas tasas de vacunación.
MITO 4: No es bueno recibir varias vacunas el mismo día. Las vacunas pueden aplicarse juntas sin problemas, en diferentes lugares del cuerpo. Esto, lejos de ser riesgoso, aumenta la eficiencia del sistema de salud, ahorra tiempo a las familias y garantiza que los niños completen su esquema. “El sistema inmune puede procesar miles de patógenos al día”, explica Vargas, “por lo que unas cuantas vacunas simultáneas no lo sobrecargan”.
MITO 5: Las vacunas tienen efectos secundarios peligrosos. Los efectos adversos son leves y temporales: un poco de fiebre, dolor en el brazo o malestar general. Los sistemas de salud en todo el mundo realizan farmacovigilancia continua, garantizando que las vacunas sean seguras antes de su aprobación. El riesgo de no vacunarse, en cambio, puede ser letal.
MITO 6: Las vacunas son solo para niños: La vacunación debe continuar durante toda la vida. Adultos mayores, embarazadas y personas con enfermedades crónicas también necesitan refuerzos contra la gripe, el tétanos, la hepatitis y otras infecciones. En palabras de Vargas: “No se es demasiado viejo para vacunarse. Lo importante es protegerse según las necesidades de salud y el contexto epidemiológico”.
MITO 7: Vacunarse es una decisión personal que no afecta a otros. No vacunarse tiene consecuencias colectivas. Personas con cáncer, trasplantes o inmunodeficiencias no pueden recibir vacunas y dependen del llamado efecto rebaño, es decir, de que la mayoría esté inmunizada para cortar la cadena de contagio. Vacunarse no es solo una decisión personal: es un acto de responsabilidad comunitaria.