El síndrome de la cabaña, en inglés se denomina ‘cabin fever’, se relaciona con la permanencia prolongada en un mismo recinto y el temor para afrontar la realidad exterior. El aislamiento en el hogar genera emociones chocantes. Por un lado, la sensación de encierro provoca una asfixia o agobio. Por otra, despierta una sensación de seguridad ante las amenazas que se viven en el exterior.
Un estudio realizado a principios del siglo XX por el doctor Rosenblatt analizó a un grupo de montañeses del área rural en Minnesota. Los inviernos extremos de la región obligaba a las personas a permanecer temporadas largas recluidos en sus casas. Los resultados de la investigación no poseen valor necesario para considerar sus conclusiones como resultado universal. Por ello, las asociaciones de psicología no lo incluyen como un trastorno. Ante las circunstancias de un aislamiento masivo, el síndrome de la cabaña ha retornado a las discusiones entre especialistas.
Los síntomas comunes que revela el Dr. Rosenblatt refieren una sensación dominante de desasosiego que se suma a un cuadro depresivo, irritable y de frustración. La angustia por la soledad y el aburrimiento también son manifestaciones frecuentes. El síndrome de la cabaña provoca un desgaste mental que hunde a la persona en los miedos incontrolados.
Los ancianos y las personas con autoestima dañada son las más propicias a sentir este temor. Muestran una reacción discordante ante la posibilidad de salir de nuevo a la calle. Presentan actitudes cargadas de inseguridad, tristeza o apatía para prepararse ante el cambio. Agencias