Cayetano Santos Godino cometió su primer crimen a los 9 años y todos antes de los 16. La prensa lo bautizó “el Petiso Orejudo”.
Godino era insensible, impulsivo y carente de remordimientos por sus actos.
Pero además de eso, los actos de Cayetano Santos Godino lo ponían en un lugar mucho más siniestro que a cualquier otro asesino: había cometido todos sus crímenes antes de cumplir 16 años y todas sus víctimas eran niños.
Primero los golpeaba con las manos o una piedra, luego los ahorcaba con una cuerda y una vez que estaban muertos les clavaba un clavo en la cabeza. Esa parecía ser su firma.
Como si fuera poco, era también pirómano. Se le probaron siete incendios de edificios.
Los diarios y revistas de la época –las dos primeras décadas del Siglo XX– no escatimaban adjetivos para calificarlo: bestia, hiena, monstruo, idiota, imbécil, inhumano, degenerado, repugnante, fiera, abominable.
Nunca hasta entonces jueces, policías, criminólogos y psiquiatras se habían topado con un caso como el del Petiso Orejudo. No sólo era el primer asesino en serie registrado en la historia criminal de la Argentina, era un niño asesino en serie de niños.
Deseo por matar
En 1912 a sus 15 años cometió su primer asesinato del año el 26 de enero, cuando llevó a Arturo Laurora, de 13 años, a una casa vacía y lo estranguló con una soga. El cadáver, semidesnudo, fue encontrado por el dueño de la casa cuando llegó para mostrarla a un potencial inquilino. La policía no halló pistas sobre la identidad del autor del crimen. Si se la conoce es porque El Petiso Orejudo lo confesó después.
El 7 de marzo prendió fuego el vestido de Reyna Bonita Vainicoff, una nena de cinco años. Sus padres la llevaron inmediatamente al Hospital de Niños, donde agonizó durante 16 días.
El 8 de noviembre convenció a Roberto Russo, un nene de dos años, que lo acompañara a comprar caramelos. Lo llevó a un baldío donde había un alfalfar e intentó estrangularlo con la soga que usaba de cinturón. No lo logró porque un peón vio la escena y corrió hacia ellos. Cayetano explicó que había visto al nene atado y lo estaba desatando. Parece insólito con sus antecedentes, pero la policía le creyó.
Una semana más tarde, el 16 de noviembre, llevó a Carmen Ghittone, de tres años, a un baldío y le golpeó la cabeza con una piedra. Los descubrió un policía cuando estaba estrangulándola y lo obligó a escapar. No lo atraparon.
Esperó apenas dos días para hacer otro intento. El 20 de noviembre, encontró en la calle a Catalina Neutelier, de cinco años e intentó llevarla hasta un baldío de la calle Directorio para matarla allí. No pudo llegar porque Catalina pidió ayuda y Cayetano la golpeó en plena calle para que se callara. Un vecino le gritó y tuvo que escapar sin llevarse a la nena.
Primer asesinato
El 29 de marzo de 1906, un Cayetano de 9 años tuvo finalmente éxito en sus intentos homicidas, pero nadie se enteró.
La maniobra fue la misma. Invitó a jugar a María Rosa Face, de tres años, y la llevó hasta otro baldío, donde intentó estrangularla. La nena todavía respiraba cuando la enterró en una zanja y la tapó con latas.
La policía nunca conectó la desaparición de María Rosa, denunciada por sus desesperados padres, con el niño al que habían descubierto golpeando a otras criaturas en un baldío. Si se sabe de su muerte es porque años después el propio Petiso Orejudo la confesó e indicó el lugar donde la había enterrado. El cadáver nunca fue recuperado, porque ya no había allí un baldío y una zanja, sino que se levantaba un edificio de dos pisos.
Último Crimen
Las autoridades ya buscaban al Petiso Orejudo cuando éste cometió su último crimen, el que lo haría caer. Fue el 3 de diciembre de 1912.
La mañana de ese día, se llevó a Jesualdo Giordano, un niño de 3 años, de la puerta de su casa. Le prometió comprarle caramelos en un kiosco cercano, le dio uno y le dijo que le daría más si iba con él. Así consiguió llevarlo al lugar que se conocía como la Quinta Moreno, donde hoy se levanta el Instituto Bernasconi.
Lo alzó en brazos, le metió en la quinta y lo llevó hasta el horno de ladrillos, donde volvió a usar la soga tenía como cinturón para estrangularlo. Pero Jesualdo seguía respirando, de modo que recogió un clavo oxidado que había en el piso y se lo clavó en la cabeza utilizando una piedra como martillo.
El Petiso Orejudo fue el velatorio del niño. Quería ver si todavía tenía el clavo en la cabeza, le confesó después a la policía.
Al día siguiente, una patrulla policial , allanó la casa de los Godino y detuvo a Cayetano. En un bolsillo del pantalón le encontraron un pedazo de soga: era la misma que uso para matar a Jesualdo.
Prisión y muerte
En 1923, Cayetano Santos Godino fue trasladado al Penal de Ushuaia –conocida como “El Penal del Fin del Mundo”.
Allí los médicos intentaron experimentar con él, uno de los ensayos al que lo sometieron fue operarle las orejas para achicárselas y ver si eso reducía sus instintos criminales.
Cayetano Santos Godino pasó 21 años en la cárcel más austral del planeta. Murió allí el 15 de noviembre de 1944 en lo que se suele llamar “confusas circunstancias”, al parecer por una golpiza de otros presos que sospecharon que El Petiso Orejudo había matado al gato que tenían como mascota.
Fue enterrado, pero su tumba fue profanada. Una leyenda negra cuenta que la esposa del director de la cárcel tenía su cráneo sobre el escritorio y que lo utilizaba como pisapapeles.