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A lo largo de unos 35 años, entre las décadas de 1950 y principios de los años 80, la lucha libre fue muy popular en La Paz. Durante ese tiempo, en las jardineras de los parques o sobre la tierra de las canchas —pues por entonces ni se había inventado el césped sintético y los polifuncionales con superficie de cemento comenzaron a construirse posteriormente—, los niños se convertían en improvisados “cachascanistas” y soñaban con emular a sus ídolos, a quienes veían luchar en cuadriláteros armados en la plaza Pérez Velasco, en el coliseo de la calle México, cuando aún no era techado, el ruedo del Olympic en San Pedro, el desaparecido coliseo de la Intendencia Municipal, en la avenida Simón Bolívar, o en las villas de la sede del gobierno.
¡Cuántos pantalones y camisas se sacrificaron en aquellos intentos ante la desesperación de sus madres y el mal humor de sus padres!
Practicar una “doble Nelson”, una “llave” de artes marciales para inmovilizar al contrincante era la especialidad de unos cuantos elegidos y el sueño de todo aprendiz de cachascán, el término con el que se españolizó los vocablos ingleses “catch as you can”, que se traduce literalmente como “agárralo como puedas” para designar a este deporte.
Cuenta una leyenda urbana que, en 1975, en el “Olympic Ring” se celebró una jornada de “cachas”, La Bestia, un luchador que usaba larga cabellera y un maquillaje que lo caracterizaba como una fiera salvaje, estrelló su cabeza contra uno de los postes del escenario y murió, tras unos días de dolorosa agonía. Nunca se supo si fue verdad, pero desde entonces, La Bestia desapareció de las marquesinas en las que se anunciaba a los peleadores.
Ese y otros relatos, como aquel que cuenta que un luchador de larga melena, fue rapado en público después de perder, encendían la imaginación de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, de ambos sexos, colmaban las tribunas de los rings.
En aquella época, los ídolos eran, entre otros, Kid Simonini, Médico Loco, Napoleón y… Chacha Puma, entre otros.
Don Tomás Rodríguez era el “hombre león”, traducción del aymara de su nombre de combate, uno de los “rudos”, que se enfrentaba con los técnicos, quienes eran los favoritos del público, pero que necesitaban tener oponentes que vulneren las reglas, agredan de vez en cuando a los árbitros, golpeen con sillas a sus rivales y hagan bribonadas por el estilo, a fin de ofrecer un show completo para delirio del público.
Y cuando los rudos ganaban, los espectadores lanzaban cáscaras o pepas de frutas y maní o tapacoronas hacia el escenario, mientras los villanos vencedores hacían señas de… mala educación hacia las tribunas.
Eran años en los que no había drogas para estimular el desarrollo de los músculos. Queda el recuerdo de un concurso de Míster La Paz celebrado en 1974, en el que don Tomás obtuvo el tercer puesto en la categoría Mayores.
Sin embargo, el paso del tiempo no perdona nada ni a nadie. Hoy, don Tomás tiene 88 años y grandes dificultades para oír. De aquel rudo luchador cuya presencia imponía respeto solo queda el recuerdo de su mirada aguda y penetrante de la que hacía gala antes de iniciar una pelea.
De a poco quedó en la miseria. Alquila una humilde habitación sin electricidad ni agua potable ubicada en Alto Llojeta, ladera este de La Paz, donde un equipo periodístico de la red televisiva Unitel lo encontró. No tiene muebles, apenas sí ha reunido una gran cantidad de bolsas llenas de sus tesoros… Vaya uno a saber qué contienen.
Hace una semana aproximadamente, don Tomás sufrió una caída y casi no puede moverse. De no haber sido por doña Lucy, quien posee una tienda de abarrotes en la zona, el anciano pudo haber sufrido una muerte espantosa por inanición.
Al ver, la mujer de buen corazón que su casero dejó de ir a comprarle unos panes o algunos productos, se extrañó y se dirigió al inmueble ocupado por el exluchador. Lo encontró postrado, hacía cuatro días que no tomaba agua ni se alimentaba, no podía moverse porque se lesionó la espalda y estaba tendido sobre sus bolsas de polipropileno.
Efectivos de la Policía lo encontraron y ayudaron. Doña Lucy, por su parte, hizo un llamado a los familiares de Rodríguez para que lo ayuden o, en su defecto, que funcionarios de la dependencia edil especializada en proteger a los adultos mayores lo conduzcan a un geriátrico para que viva con dignidad y reciba la atención que todo ser humano merece.
Mientras tanto queda en el recuerdo aquel maravilloso tiempo en que, por unas horas, los luchadores permitían que el público se quite el estrés y aplauda a rabiar.
Nada más que por ese hecho, don Tomás debe recibir cuidados y recuperar el derecho a disfrutar de un mejor presente.