Agencias
Dicen que el veneno perfecto es aquel que puedes comer todos los días sin darte cuenta. El aceite vegetal que usas en tu cocina nunca fue un alimento, nació como lubricante para máquinas.
Durante la revolución industrial, toneladas de desechos de algodón y maíz se acumulaban en barriles oxidados y su destino era engrasar motores, no entrar en tu sangre. Pero las corporaciones vieron una mina de oro, disfrazaron ese líquido inflamable como más sano que la mantequilla y llenaron de publicidad las cocinas del mundo.
Lo que no dijeron es que cada gota de aceite oxida tus células, inflama tus venas y destruye lentamente tu cuerpo desde adentro.
Mientras tú cocinabas confiado, generaciones enteras fueron convertidas en enfermos crónicos, dependientes de medicinas y diagnósticos que nunca terminan.
La conspiración no estaba en los hospitales, estaba en tu sartén, y lo peor es que todavía la tienes en tu cocina.
DAÑINO PARA LA SALUD
Utilizar aceite vegetal de semillas, de legumbres o de frutos secos es una práctica cada vez más habitual en cocinas de todo el mundo.
Muchos los consideran un sustituto «saludable» de la mantequilla, pues tienen fama de contar con menos grasas saturadas que esta.
Y son más baratos que el aceite de oliva.
Sin embargo, algunos estudios han puesto estas afirmaciones en entredicho en los últimos años, alertando de que los aceites que se comercializan como vegetales no son tan «buenos» como se cree. De hecho, pueden llegar a ser perjudiciales para nuestra salud, dicen los especialistas.
La culpa la tiene, principalmente, el omega 6 que contienen, que puede llegar a causar una inflamación dentro de nuestro organismo, aumentando las posibilidades de que padezcamos enfermedades como la artritis, la depresión o el cáncer de piel, entre otras.
Otros estudios hablan de alteraciones hormonales y de daños en el sistema reproductivo y neuronal.
El australiano David Gillespie hizo su propia investigación, tal y como relata en su libro «Toxic Oils» (aceites tóxicos).
En su investigación demostró que algunos aceites, como por ejemplo el aceite de girasol, contienen ciertos compuestos orgánicos llamados aldehídos, supuestamente relacionados con trastornos neuronales y con algunos tipos de cáncer.
De acuerdo con María Dolores Guillén, responsable del Departamento de Farmacia y Ciencias de los Alimentos y coatura del estudio, los aldehídos contaminan el entorno y pueden ser inhalados. Y permanecen en el aceite incluso después de haber sido calentado.
Según los científicos, los aceites de girasol y de linaza (sobre todo el primero) son los que tienen una mayor cantidad de estos compuestos, mientras que el aceite de oliva los genera en una cantidad mucho menor.
«No pretendemos alarmar a la población, pero los datos están ahí. Y hay que tenerlos en cuenta», dijo Guillén.
Gillespie es más rotundo al respecto: «A los niveles que los consumimos, estos aceites, no son menos tóxicos que ingerir veneno», advierte.
