El asesino de Halloween envenenó niños con dulces

El caso de Candy Man en Halloween fue una verdadera revolución. Un impacto que sacudió a los medios de comunicación y a la sociedad en general, en plena madrugada de la noche de brujas de 1974. En Pasadena, Texas, Ronald Clark O’Bryan y uno de sus vecinos, deciden dar una vuelta por el vecindario con sus cuatro hijos, para que lleven a cabo el clásico “truco o trato”.

Todo va bien, hasta que llaman a una casa en la que no les abren. Prueban varias veces y nada ocurre, así que los niños, frustrados, salen corriendo a por más caramelos, seguidos por el vecino de O’Bryan, dejando a este atrás, frente a la puerta. Poco después, O’Bryan consigue encontrar al grupo, con una sonrisa: ha dicho que la casa sí estaba ocupada, que insistió al tocar la puerta y consiguió que te dieran cinco caramelos Pixy Stix.

Los niños, encantados, se reparten los caramelos. Dos de ellos se los quedan los hijos del vecino y otros dos, los de O’Bryan: Elizabeth y Timothy. De vuelta a casa, cargados de caramelos, se cruzan con un niño que conocen de la iglesia. O’Bryan le entrega el quinto caramelo de la casa que parecía vacía. Justo esos caramelos darían lugar al apodo de Candy Man en Halloween.

Al volver a casa, todo parece ir bien. La familia ha terminado de cenar y el pequeño Timothy va a subir a la cama. Entonces, le pide a su padre si puede comerse alguno de los caramelos que han conseguido y éste accede. Timothy elige el Pixy Stix y su padre le ayuda a abrirlo.

Está muy amargo y O’Bryan prepara al pequeño un zumo para quitarle el mal sabor. ¿Qué ocurre entonces? Timothy no se siente bien. Sube al baño y vomita sin parar. Finalmente, convulsiona. O’Bryan y su esposa, horrorizados, ven como el pequeño se desmaya en brazos de su padre.

La ambulancia llega, pero el niño fallece de camino al hospital. No ha pasado ni una hora desde que probó el caramelo.

La noticia de la muerte del pequeño Timothy impacta a los vecinos. El pánico se extiende en la comunidad y todas las familias les retiran a sus hijos los caramelos conseguidos en la noche de brujas, para dárselos a la policía, creyendo que podrían estar envenenados.

Y, en efecto, la autopsia al cadáver del niño fallecido revela que el caramelo que consumió estaba mezclado con una dosis letal de cianuro de potasio. Los cuatro caramelos restantes que O’Bryan había recibido de la casa vacía fueron examinados y se descubrió que también contenían veneno.

Por suerte, todavía no habían sido abiertos por los niños a quienes habían sido entregados. La policía interrogó a O’Bryan y su vecino. ¿Dónde obtuvieron los caramelos? Revisaron el camino y el mismo padre de Timothy los llevó hasta la casa vacía.

Al parecer, su dueño no había respondido de buenas a primeras, pero después de que los niños se marchasen, había abierto la puerta, sin encender las luces, y le había entregado los caramelos. Solo pudo ver su brazo: era muy peludo.

La policía siguió investigando y, poco a poco, su punto de mira fue centrándose en O’Bryan: tenía muchísimas deudas, había tenido más de veinte trabajos distintos en apenas una década, había sido acusado de robo en su empleo actual y, de hecho, hacía poco que el banco le había quitado la casa. ¿Qué tenía eso que ver con los caramelos y el terrible caso de Candy Man en Halloween?

Pocos meses antes de la muerte del niño, O’Bryan había contratado varios seguros de vida de valor considerable para sus hijos, a espaldas de su mujer. ¿Lo peor? Tras la muerte de Timothy, se había apresurado a llamar a todas las aseguradoras preguntando cuándo iba a cobrar.

La guinda del macabro pastel la puso un último detalle: O’Bryan había visitado hacía poco una tienda de suministros de productos químicos, donde preguntó qué cantidad de cianuro podían venderle.

El castigo para Candy Man en Halloween, el hombre capaz de matar a su propio hijo por dinero, no podría ser leve. O’Bryan se confesó inocente, es más, nunca admitió su culpabilidad. El 3 de junio de 1975 fue condenado a pena de muerte y bautizado, por los medios de comunicación, como Candy Man, el asesino de Halloween. Fue ejecutado en marzo de 1984 en la Unidad de Huntsville, por inyección letal. Mientras eso ocurría, una multitud fuera del lugar, no dejó de gritar: “Truco o trato”. Agencias