El “Cura asesino” mató a su amante e hija para ocultar su pecado

Un negativo fotográfico que no ardió con los cuerpos y con otros efectos personales reveló la imagen de Díaz Toro junto a sus dos víctimas en un cementerio de Colombia. Este indicio le permitió a la Fiscalía investigar al cura hasta acopiar las pruebas y los testimonios con los que el juez promiscuo del Circuito de Belén de Umbría, Otto Gärtner Galvis, dictó la sentencia condenatoria en enero de 2008. Acogido a los cargos, el cura recibió una pena rebajada a la mitad: algo más de 23 años.

Meses después, en julio, el sepulturero del cementerio de Mistrató y mano derecha en la parroquia, José Antonio Morales Ramírez, también fue capturado, por coautoría en el doble homicidio. Aceptados los cargos, en septiembre de 2009 fue condenado a poco menos de 18 años.

Tras estos juicios, la opinión pública se enteró de las razones del crimen: las víctimas María del Carmen Arango Carmona (32 años) y María Camila Díaz Arango (5 años) eran la cónyuge y la hija de Díaz Toro. La relación sentimental entre el cura y María del Carmen venía desde 1995; en lugares donde no los conocían, se comportaban como una familia cualquiera —papá, mamá e hija—; pero en Mistrató y Belén de Umbría el cura hablaba de ellas como dos personas a las que él les estaba dando la mano empleándolas en la casa cural. Ellas, a su vez, en Pereira y Dosquebradas decían que Díaz Toro era un cuñado o un tío. La niña eludía la pregunta diciendo que su papá vivía en España. Esta relación era conocida por la mamá de María del Carmen y uno de sus hermanos.

No satisfecho con su oculta vida marital, Díaz Toro acostumbraba salir en las noches a municipios vecinos en busca de nuevos romances. En estos periplos lo secundaba el sepulturero. Hasta que María del Carmen se enteró de uno de esos romances y confrontó al cura. Lo presionó diciéndole que si no renunciaba al sacerdocio para desenmascarar la relación, lo denunciaría en la Diócesis. El cura, encolerizado, la mató, y luego a su hija, y con ayuda del sepulturero intentó borrar toda evidencia

Los Arango Díaz, una humilde familia colombiana, piensan que una condena de la Justicia no fue suficiente porque María del Carmen y su hija están muertas. Sin embargo, deja el precedente de que en el país la justicia cojea, pero llega así sea tarde.

José Antonio Morales Ramírez, no podía salirse con la suya, comentan quienes conocen al antiguo sepulturero del cementerio central de Mistrató, Risaralda, quien deberá purgar una condena de 17 años de prisión por ayudar a un sacerdote católico a perpetrar un homicidio cargado de amor, ira y pasión, según un fallo del Juzgado Unico Promiscuo del Circuito de Belén de Umbría.

El 15 de febrero de 2007, Morales ayudó al párroco José Francey Díaz Toro, a asesinar a María del Carmen, su propia amante, con quien sostuvo una relación de 11 años bajo sotanas que le dejaron una hija de cinco años y una condena de 23 años de prisión en La Blanca, cárcel de Manizales.

El religioso citó a su novia a una cita romántica que terminó convertida en el encuentro de la muerte para la mujer y su chiquilla. En la húmeda y antigua Casa Cural de Mistrató, fue el sitio acordado. Ella apareció hermosa, lucía un jean y una blusa blanca que el mismo hombre le había obsequiado días atrás. En la cita cruzaron palabras de grueso calibre y él comenzó atacarla con golpes en su rostro y garrotazos.

María del Carmen, parecía no entender lo sucedido en medio de la golpiza, intentó reaccionar con los gritos pero fue imposible porque apareció José Antonio Morales (sepulturero), y terminó de asesinarla con una piedra. El sacerdote, llevado por la ira, acribilló después a María Camila, su propia hija a quien había reconocido con su apellido. La virgen Inmaculada Concepción y el mismo San José elaborados en yeso y colgados en la pared observaron impávidos el crimen.

No contentos con el doble homicidio, envolvieron los cadáveres en bolsas plásticas oscuras, los sacaron del templo religioso y los incineraron a orillas del río Guática, entre Anserma y la mencionada población risaraldense para no despertar evidencias.

Sin embargo, la suerte pareció no acompañarlos porque un negativo de un rollo donde se observaba el rostro de las víctimas tirado en el sitio de los hechos, se convirtió en la pieza clave para llegar hasta los cadáveres e iniciar la investigación.

El ‘sicópata’, como llaman al sacerdote en Mistrató, quiso deshacerse de su amada, pese al amor que le profesaba. En el pueblo su relación sentimental comenzó a cobrar fuerza y ya había padecido los primeros dolores de cabeza con la Conferencia Episcopal Colombiana que, pese a las críticas y en pleno siglo XXI, insiste en prohibir que los sacerdotes católicos tengan novias y hasta conformen un hogar.

Por esto, José Francey Díaz Toro, buscó desaparecer el problema sin importar la vida de su propia hija, quien conservaba las características físicas de su progenitor, reportó el entonces director del Cuerpo Técnico de Investigaciones, Eduardo Bohórquez.

Sin embargo, EL MUNDO.es conoció que María del Carmen, sufrió los últimos días de su vida. El religioso estaba enamorado de otra chica del pueblo mucho más apuesta y 10 años menor que ella. “Eso la desesperó mucho, lloraba demasiado”, narra Clementina Jiménez, su celestina, quien dijo que su amiga amenazó con denunciar el caso públicamente en la prensa y eso lo habría enfadado.

En el juicio que se adelantó en su contra, Díaz Toro, mantuvo la cabeza agachada y aunque trató de ocultar su rostro, los asistentes le tomaban fotos y lo insultaban públicamente. “Nadie sabe lo de nadie”, respondió a las agresiones verbales de los que antes seguían sus consejos emanados desde el pulpito. Por su parte, José Antonio Morales Ramírez, el sepulturero, negó haber asesinado a la menor de edad. “Sí participé en la muerte de la mujer, pero no en el de su hija. Eso lo hizo el cura”, respondió con un cinismo propio de un criminal, calificó extraoficialmente el Juez que manejó el caso.

El clérigo y su amigo están presos pagando por los hechos, mientras Ana Carmona, madre y abuela de las víctimas, no deja de regar las flores en las tumbas de María Camila y María del Carmen “quien si no hubiera metido las patas con un sacerdote no le hubiera pasado esto. Dios parece haberla castigado”, concluye. Agencias