El “profesor caníbal” se comía a sus estudiantes

El 16 de octubre de 1936, en plena época estalinista, nacía Andréi Romanovich Chikatilo. Eran tiempos trágicos en los que la guerra hacía estragos y millones de personas morían. El recuerdo de la visión de los cadáveres apilados en su pequeña localidad natal, Yablochnoye (Ucrania), marcó la mentalidad de este despiadado criminal. Al fin y al cabo, durante años convivió con la muerte, entre leyendas macabras y admirando una infundada violencia.

Su paso obligatorio por el ejército ruso no disminuyó su aberrante necesidad de sangre ni impidió que acabase casándose con una de las amigas de su hermana. Durante su matrimonio se mostró como un hombre trabajador, educado, tranquilo, sosegado y cariñoso. Jamás discutió ni con su mujer ni con sus hijos. Todo lo contrario, Chikatilo aceptaba sumiso y obediente las órdenes de su compañera. Vivía con total discreción y austeridad. Se podría decir que fue un padre y esposo ejemplar. Lo único que fallaba en aquella relación era su impotencia, ya que no conseguía excitarse lo suficiente.

A medida que fue cumpliendo años y aprobando sus estudios -se tituló en lengua y literatura rusas, en ingeniería y en marxismo-leninismo-, su atracción por los menores de edad, principalmente de menos de doce años, fue in crescendo. Sin embargo, el colegio fue de nuevo el centro de las burlas. Trabajando como profesor le apodaron el Ganso o el Afeminado, ya que siempre iba encorvado y su cuello sobresalía más de lo normal. Algunas alumnas recuerdan cómo le pillaban casi siempre masturbándose en sus dormitorios cuando se estaban cambiando de ropa. Pasó de cohibirse a desinhibirse.

SU PRIMER PLACER

Llegó el invierno de 1978 y con él se desataron los primeros crímenes. La cadena de asesinatos empezó con una niña de nueve años a la que Chikatilo convenció para que le acompañase a una cabaña en las afueras de la ciudad. La pequeña accedió sin dudar, dado el carácter afable del profesor. Una vez dentro, empezó a desnudarla salvajemente.

Durante el forcejeo, la niña se hirió en un brazo y, al ver la sangre, Andréi tuvo una erección. Aquella sorprendente excitación provocó en él un deseo brutal de matar a la niña. Cogió un cuchillo y con cada puñalada que asestaba sintió que podía llegar al orgasmo. Y así fue: gracias a aquel asesinato pudo eyacular como no lo había hecho en años. Acababa de percatarse de que el dolor ajeno le permitía alcanzar su propio placer.

Tras el crimen, Chikatilo abandonó el cuerpo de la niña cerca de un río. Dos días después de su desaparición, la policía encontró el cadáver completamente mutilado y sin ojos. Aquella amputación se convertiría en su firma. Nada apuntaba a que aquel crimen lo había perpetrado un maestro de escuela. A pesar de la falta de pruebas, inculparon a un conocido agresor sexual: Alexander Kravchenko. Andréi se salía con la suya.

COMIENZA LA CARNICERÍA

A causa del acoso que sufrió como profesor, Chikatilo decidió dejar la enseñanza para trabajar en una fábrica. Casualmente, su nuevo puesto requería que viajara muy a menudo, así que tenía la excusa perfecta para continuar asesinando sin ningún pudor.

El segundo crimen fue una joven prostituta de diecisiete años con la que quiso mantener relaciones sexuales. Su impotencia se lo impedía y, ante el desdén de la chica, él enloqueció y llevó a cabo el siguiente ritual: primero, la estranguló hasta matarla y entonces se masturbó hasta eyacular sobre su cadáver; después decidió morder su garganta como si de un animal se tratase, sacó un cuchillo y la apuñaló; más tarde, le cortó los senos y se comió los pezones; y finalmente, volvió a ‘firmar’ este nuevo asesinato arrancándole los ojos. Llegados a este punto, Chikatilo sabía que éste no iba a ser el último. Durante ese año asesinó a cuatro personas más, entre ellas la primera víctima masculina, un niño llamado Oleg de tan solo nueve años. Jamás encontraron su cadáver, pero cuando interrogaron a Andréi, éste reconoció el crimen y aseguró que le había arrancado los genitales.

Se trataba principalmente de niños y jóvenes que se habían escapado de casa o que tenían algún problema de retraso mental. Eso le facilitaba mucho las cosas. La policía no pudo encontrar todos los cadáveres, pero los que localizó presentaban signos de violencia extrema, violación, cuchilladas, amputación de genitales, dentelladas y escisión de los ojos.

ERROR DE CÁLCULO

Las autoridades no tenían pistas suficientes, así que pidieron ayuda a varios psicólogos y psiquiatras, que trazaron un perfil del presunto criminal. En el informe se describía a un varón de entre veinticinco y cincuenta años, con claras muestras de disfunción sexual, según se desprendía de las mutilaciones a que sometía a sus víctimas, y sin ningún tipo de enfermedad mental y/o esquizofrenia, dada su planificación en los asesinatos. Mientras tanto, éste seguía asesinando hasta que un día le detuvieron por proponerle sexo oral a una prostituta. Aquel desliz hizo que la policía registrara sus pertenencias. Encontraron un bote de vaselina, un cuchillo de cocina, una cuerda y una toalla. Parecía que habían dado con el ‘Carnicero de Rostov’, pero su sangre no se correspondía con la hallada en las escenas de los crímenes.

LA CONFESIÓN

Utilizaron a un psiquiatra donde en dos horas el sospechoso accediese a confesar si dejaban de atosigarle. Durante ese tiempo explicó su terrible infancia y qué le llevó a cometer los cincuenta y tres asesinatos -treinta y una mujeres y veintidós hombres-. Además, con ayuda de un maniquí, describió cómo perpetraba las vejaciones y mutilaciones. Su testimonio horrorizó a todos los allí presentes. No podían creer que por fin hubieran dado con el asesino en serie más despiadado del país. La sentencia llegó dos meses después, cuando le declararon culpable de cincuenta y tres asesinatos y cinco violaciones. Fue condenado a la pena de muerte. Aunque apelaron para evitar la ejecución del preso, ésta se produjo el 15 de febrero de 1994. Andréi Chikatilo murió de un tiro en la cabeza. Ahora se cumplen 25 años de su ajusticiamiento. Agencias