El frío de la noche, que calaba en los huesos, fue mudo testigo del accionar de un padre de familia que, como marca la tradición, acompañó a sus hijos – Timothy tenía una hermana llamada Elizabeth – a tocar a las puertas del vecindario donde vivían para pedir “calaverita”. Junto con Ronald Clark O’Bryan y sus vástagos se encontraba Jim Bates y su hijo, vecinos de Deer Park, Texas, EEUU lugar donde acontecieron los lamentables hechos… Todo era felicidad, dulces y disfraces.
En aquel entonces, Jim contó a la prensa que ese día llegaron a un hogar siniestro cuyas luces se encontraban apagadas; al tocar y no recibir respuesta la mayoría del grupo, menos Clark y su hijo Timothy, avanzaron a las siguientes casas. Fue tanta la insistencia del pequeño Timothy que al final, según la versión de su padre, alguien salió del lúgubre hogar y le dio algunos tubos de polvo en dulce. Feliz, el niño corrió a unirse al resto del grupo y comenzó a repartir los tubos a su hermana y el hijo de Jim.
La noche transcurrió con normalidad y cuando hubo que dirigirse a casa para cenar, el grupo se dispersó… Jamás volverían a ver con vida al pequeño Timothy. Por una extraña razón, tras cenar, Ronald permitió que sus hijos abrieran los dulces que habían colectado y los comieran. Nunca permitía que los niños comieran algo después de la cena, esa fue la excepción que le costó la vida a uno de ellos.
El pequeño Timothy pidió abrir uno de los tubos con polvo que había conseguido en el hogar sin luces; su padre lo ayudó y fue testigo de cómo se llevaba un buen bocado, con algunos estornudos y risas incluidas. No pasó más de una hora para que el niño muriera, también se registraron como 5 muertes por el mismo dulce envenenado.
TIMOTHY FUE LLEVADO AL HOSPITAL
Las indagatorias continuaron y llevaron a la policía de Texas a descubrir que el misterioso hombre de la casa trabajaba en el aeropuerto de Houston William P. Hobby, hasta donde se trasladaron para, con un impresionante operativo, arrestarlo enfrente de todos sus compañeros, acusándolo de asesinato. El sujeto, cuyo nombre quedó en el olvido, aseguró en el arduo interrogatorio al que fue sometido que la noche del asesinato del pequeño Timothy había trabajado toda la noche y que en su casa se encontraban su mujer e hija quienes, efectivamente, mantuvieron las luces apagadas toda la noche.
Tras investigar la coartada, entrevistar a sus jefes, compañeros de trabajo y demás testigos las autoridades pudieron determinar que, efectivamente, el dueño de la casa siniestra había laborado toda la noche por lo que era imposible que él fuera el asesino de Timothy, cuyo padre los había engañado vilmente.
LA TERRIBLE VERDAD
El caso, que parecía cerrado, volvió a abrirse. Los agentes centraron su atención en Clark, debido a que les había mentido sobre el origen de los dulces, por lo que empezaron a investigarlo.
Meses antes de la muerte del menor, Ronald Clark O’Bryan había asegurado a sus dos hijos por 10 mil dólares y, justo antes de Halloween, había aumentado la cifra a 30 mil dólares. El contrato decía que en caso de muerte accidental o violenta de alguno de ellos, él recibiría el dinero. Una llamada, a las 9 de la mañana del día siguiente a la muerte de Timothy cerró la pinza. En ella Clark exigía a la aseguradora, airadamente, el dinero que le correspondía por la muerte de su hijo.
EL ASESINO DE HALLOWEEN
Cuando O’Bryan fue arrestado negó el cargo por el que se le acusaba, asesinato, sin embargo, la policía pudo comprobar que días antes de Halloween acudió a una empresa de químicos de Houston a comprar cianuro. ¿Por qué un oftalmólogo querría comprar cianuro?, se preguntaban las autoridades, al igual que un juez que, al final de un juicio, lo sentenció a morir ejecutado en la silla eléctrica al encontrarlo culpable de asesinato capital y cuatro intentos de homicidio.
El 31 de marzo de 1984 finalmente Clark, quien siempre sostuvo que era inocente, fue ejecutado, no en la silla eléctrica la cual ya se había dictaminado que era un castigo cruel, sino con una inyección letal. Agencias