La leyenda urbana relata que allí vivía un matrimonio con sus dos hijitos, entre ellos una nena. De núcleo familiar tradicional, convivían sin mayores problemas y transitaban una vida cotidiana normal. Pero algo les cambió para siempre: la pequeña fue asesinada y sus vidas quedaron destrozadas.
Según la cultura popular, al no lidiar con pecados, las almas de los niños descansan en paz desde el momento de su muerte pero, cuando mueren de forma trágica, esa certeza se desvanece: sus almas quedan merodeando en el espacio físico y atormentan a quien quiera habitarlo.
Tras el terrible episodio vivido, la familia decidió irse de la vivienda y ponerla a la venta. Dicen que ese tipo de energías se perciben rápidamente, porque nadie quería comprarla. Hasta que, una vez, fue un hombre el valiente que se decidió a habitarla, alquilándola por algunos meses.
Pero la estadía se acortó repentinamente, cuando el hombre comenzó a percibir que no estaba solo en el hogar: “Una niña me habla, sale por las puertas, me azotó las ventanas cada noche y me decía que me largara de aquí”, relató el sujeto.
De acuerdo a lo que pudo contar, las demostraciones de la niña fueron subiendo de tono hasta que la situación se tornó insoportable y decidió abandonar la vivienda. La familia comenzó a percibir que lo mismo sucedía con cada persona y familia que intentó alquilarla: pasados unos meses, la casa quedaba deshabitada de nuevo, sin explicación. Cafeterías y tiendas en general intentaron emplazarse dentro de la casa, pero sin éxito. La vibra y las insistentes demostraciones de la presencia de la niña lo hacían imposible.
El inmueble fue bendecido en reiteradas ocasiones y, tras algunos años, fue ocupado por el Partido del Trabajo para su Comité Municipal. Sin embargo, tampoco los políticos duraron mucho en el lugar. Hasta la fecha, la casa sigue deshabitada y cada transeúnte que pasa por allí la reconoce. Muchos paran a sacar fotografías, mientras que otros se estremecen y cruzan de vereda. Agencias