Evo Morales se pasea por las calles de Lima como Pedro en su casa. Y, aparte de airear su predilección por los restaurantes de cinco tenedores y los hoteles más lujosos y exclusivos de la capital, el dirigente cocalero aimara y expresidente de Bolivia ha venido con una agenda de actividades bastante recargada, que lleva a cabo trasladándose de un lugar a otro acompañado de ostentosa e irregular escolta (vehículo blindado, agentes policiales, Seguridad del Estado), propia de un dignatario internacional… que no es.
En estos días, sin embargo, el canciller del Perú lo invita a venir a nuestro país y él se permite hacer proclamas y declaraciones públicas que no le corresponden porque es un extraño. Ayer, por ejemplo, en un evento de la recién reconocida Federación Nacional de Trabajadores en la Educación del Perú (Fenatep) –un sindicato de maestros vinculados al Movadef que se constituirá en el partido político de Pedro Castillo– pregonó lo siguiente: “La mejor forma de cambiar la parte política, en nuestra experiencia, es la Asamblea Constituyente, la refundación de nuestras repúblicas a 200 años y en la parte económica la nacionalización que es tan importante, y en la parte social la redistribución de la riqueza”.
Si esto no es una grosera intromisión en asuntos de política interna del Perú, ignoramos qué podría serlo. Peor aún si el Estado peruano está disponiendo logística y recursos para atender al dirigente político boliviano. Por cierto, desde Seguridad del Estado han alegado que no hay nada irregular en la guardia personal y vehicular que –a pedido de Torre Tagle– se le asignó a Morales; sin embargo, se olvidan que el reglamento se refiere a “visitas oficiales” (ver nota aparte). Pero que, además de contar con ese trato privilegiado, este señor se reúna con allegados al Movadef y se dedique a dar consejos de gobierno que atentan contra los principios jurídicos de la democracia peruana, resulta inaceptable.