Juan Carlos Vázquez tenía 50 años y vivía con sus dos hijas Silvina y Gabriela en Argentina. Su mujer había muerto siete años antes por un cuadro agudo de diabetes. La familia decidió cambiar de casa pasa estar más cerca de la ferretería en la que trabajaba y las chicas, de la universidad. La pérdida de la madre fue un duro golpe para todos, sobre todo para las dos hijas, que comenzaron a distanciarse de su padre. Gabriela dejó a su novio y comenzó a vivir el mundo de la noche y las drogas. Silvina se vino abajo y comenzó a sufrir fobias, a escuchar voces y ruidos extraños y a olor a muerto en su propia casa. Silvina acabó arrastrando a toda la familia a un estado psicótico que acabó en tragedia.
Silvina afirmaba que pasaban cosas extrañas e inexplicables: estallaban las bombillas, desaparecían cosas, había ruidos inexplicables, las camas se movían, las cortinas se descorrían solas y el ventilador tenía vida propia y se apagaba solo. Por ello, decidió acudir a la Parroquia Santa María de los Ángeles para pedir la ayuda del sacerdote. El religioso acudió a su casa y les dijo que estaba poseída por un alma en pena y que debían purificarla con agua bendita y rezar mucho. Además, les recomendó asistir a un centro religioso para dar clases que les ayudaran a acabar con los malos espíritus. El estado de sugestión las llevó a dormir con su padre en la misma cama noche tras noche. Un día, vieron la cara del diablo en un espejo y el padre lo rompió, pero las cosas empeoraron. El padre comenzó a ponerse rojo y a vomitar sin descanso, escupía sangre. Silvina entró en trance y hasta le cambió el timbre de voz.
Al no encontrar una solución a lo que les ocurría, las hermanas fueron a visitar al dueño del apartamento para preguntarle si en la vivienda había muerto alguien o si estaba construido sobre un cementerio. Pero había nada raro relacionado con la casa. Por ello, decidieron tomar medidas drásticas de forma inmediata. Esa noche del 27 de marzo de 2000, los vecinos no pudieron dormir. Voces, gritos, llantos, cánticos y rezos alteraron la tranquilidad de la noche hasta tal punto que alguien avisó alarmado a la Policía.
Los agentes llegaron en el momento del ritual satánico. Desde la ventana pudieron ver cómo Silvina apuñalaba compulsivamente a su padre. Le asestó 150 cuchilladas. Cuando entraron en la vivienda, la escena era terrible. Los tres estaban ensangrentados y desnudos. Las hermanas gritaban sin parar “¡Satán está aquí, salió de él, y ahora está en ella!” o “¡Que salga el diablo, que salga el mal!”. Ninguno de los agentes había visto nada igual. En la habitación oscura, las hermanas pálidas y bañadas en sangre miraban lo que quedaba de su padre. Le habían apuñalado hasta la muerte, le habían arrancado las vísceras y las habían esparcido por el suelo casi descaurtizado. La estancia estaba llena de objetos de esoterismo y libros de magia blanca y negra.
Al cadáver le faltaba parte del cuero cabelludo y la oreja derecha. El rostro estaba mutilado con tajos de arriba hacia abajo, y una de las mejillas, la izquierda, con signos de mordeduras. En el pecho, la víctima tenía un dibujo: un círculo que encerraba un triángulo, una suerte de pentagrama esotérico. En el cuello, a la altura de la carótida, la herida que acabó con su vida.
Con el paso del tiempo, se estableció que Gabriela, la mayor, no había participado directamente del asesinato. Según los médicos, su actuación “fue producto de la influencia recíproca entre ambas hermanas, teniendo en cuenta que al estar juntas se retroalimentaban, produciendo el delirio de ambas un estallido psicótico en Silvina”.
Gabriela y Silvina fueron llevadas al Hospital Pirovano y estuvieron internadas durante tres días. Después fueron trasladadas a la Unidad 27, la prisión que existe dentro del neuropsiquiátrico Braulio Moyano. En un dictamen unánime, el equipo de psiquiatras y psicólogas determinaron que Gabriela padecía un “síndrome pseudoesquizoide con intervalos semilúcidos”. A Silvina le diagnosticaron un cuadro de esquizofrenia peligroso para sí y para terceros. Las dos hermanas fueron declaradas inimputables de acuerdo con el artículo 34 del Código Penal. Agencias