Jhasmani Ramiro Torrico Leclere guarda detención preventiva en el Penal de Máxima Seguridad de Chonchocoro, acusado de dirigir una red de corrupción y extorsión en la que participaban jueces, fiscales, abogados y policías.
Al mejor estilo de la mafia, los seguidores de Torrico tomaban la justicia por mano propia. Unidos por un pacto de lealtad, identificados por tatuajes, hacían suya la venganza de cualquiera que formara parte del grupo o de los clientes que llegaban a su consultora jurídica.
Abogados, policías, víctimas y fiscales aseguran que aunque el consorcio Leclere & Asociados se hizo famoso en enero de 2019, Torrico había aplicado sus heterodoxos métodos desde hace mucho tiempo y en cientos de casos. En años nadie lo había denunciado.
PIDE SU LIBERTAD
Jhasmani Torrico, más conocido como el “aboganster”, envió un memorial al presidente del Tribunal de Sentencia N° 5, solicitando un mandamiento de libertad dentro del proceso penal que le sigue la fiscalía por el delito de Consorcio.
Torrico presenta el certificado de arraigo de la Dirección de Migración y refiere que cumple todos los requisitos para que se libre a su favor un mandamiento de libertad. Asimismo, señala que tal disposición se ponga en conocimiento del director del penal de El Abra y así sea conducido a su domicilio, donde deberá cumplir un arresto domiciliario. De igual manera, pide que se notifique al Comando Departamental de la Policía, la asignación de los custodios correspondientes, en cumplimiento al auto de 12 de marzo de 2020, emitido por el Juez del despacho Anticorrupción Iver Fernando G. De igual manera, Torrico señala en el documento que habría cumplido con el pago de la fianza que le impusieron de 30.000 bolivianos para recibir el arresto domiciliario.
REVELDE E INTELIGENTE
Fue el único que llevó el apellido del hombre que cuidó de su mamá hasta la muerte. Creció creyendo que era hijo de Julián T. y su madre lo hirió demasiado. Rebelde, muy inteligente y manipulador. Así lo describen.
Jhasmany T.L. nació el 4 de enero de 1980 en una familia cochabambina disfuncional. Es el menor de cinco hermanos. Su madre era Julieta Leclere Torrico, una mujer que heredó el apellido de su abuelo, un ciudadano francés que cautivó a una boliviana y la hizo su esposa.
ROKERO Y ABOGADO
Tras salir bachiller en 1997, de un colegio privado, ingresó a la facultad de Derecho de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS). Amante del rock pesado, fue el vocalista de un grupo que tocaba en algunos locales por un tiempo. En 2002 se tituló como abogado por excelencia académica.
Se convirtió en el defensor de los “pesos pesados del hampa”, de los policías acusados de voltear droga o de violar a mujeres, y a otros. Abordaba a las víctimas y les decía que se les devolvería todo lo robado, pero les sugería que retiren sus demandas alegando que sus clientes eran “muy peligrosos” y que tenían acceso a sus direcciones domiciliarias por los datos consignados en las denuncias escritas.
SU CAIDA
En 2014, el mecánico, su esposa y sus dos hijas tomaron unos cuartos en anticrético en la avenida Segunda de la calle La Paz de la Llajta. Ante la ausencia de papeles de propiedad, acordaron con los dueños firmar un papel que estipulaba que el dinero era un préstamo. Cuando el plazo venció, Cuéllar pidió el reembolso. Pero el pago nunca llegó.
El viernes 16 de marzo de 2018, tres días antes de que se cumpla ese plazo, un hombre llegó en un taxi al taller de Cuéllar pidiendo auxilio. Aseguraba que su vehículo, un Rav 4, se había plantado y necesitaba un mecánico.
Nadie supo de Antonio hasta la madrugada del día siguiente, cuando apareció en la puerta del predio que su familia se había negado a desocupar hasta que le devolvieran el monto del anticrético. Allí llegó sucio, bañado en alcohol, con el dedo pulgar cubierto en tinta y 200 bolivianos en el bolsillo. Perdido y lastimado, sólo pedía que llamen a su esposa.
La dueña de casa intentó presentar el documento firmado por Cuéllar para demostrar que había pagado la deuda. Pero el mecánico se había adelantado con una denuncia penal por rapto, tortura y extorsión. Esa fue la punta de un ovillo que las autoridades aún tratan de desenmarañar.
DESTIERRO EN CHONCHOCORO
El 17 de enero de 2019, Jhasmani Torrico Leclere fue trasladado al penal de Chonchocoro desde la cárcel El Abra de Cochabamba. La Fiscalía demostró que había conformado una red para amenazar y obstaculizar el trabajo de los operadores de justicia que investigan su consorcio. Ahora guarda detención preventiva en una celda de aislamiento del sector Pasillo.
“Yo estoy acá por el capricho de una fiscal de Cochabamba. Cada quien debe asumir su responsabilidad. No puedo negar lo de los videos porque ahí se ve que soy yo. Si debo pagar por eso, lo haré. Pero nadie más es culpable, ni los que trabajaban conmigo ni la persona que me contrató. Mucho menos mi esposa, a la que han detenido. Sólo yo soy culpable”, afirma sin titubear.
Cuenta que cuando volvió de su ampliación de declaratoria en Cochabamba, fue víctima de amedrentamiento en Chonchocoro. “Entraron a mi celda y me llevaron para torturarme. Yo no sabía que me habían sacado fotos y que estaban dando vueltas en Facebook”. Niega que él haya planificado todo eso para conseguir su retorno a El Abra.
INICIOS DEL CAOS
El primer caso –recuerda- que le “enseñó que había métodos más efectivos” para cobrar deudas fue el de un colega que se negaba a pagar a un cliente del consorcio. “Fui a buscar al abogado a su oficina y le dije que debía pagar su deuda para que me paguen mis honorarios. Él intentó sacarme a empujones con tan mala suerte que para no caerme apoyé mi pierna herida. Estaba lleno de calmantes y estallé. Le di golpe tras golpe y le advertí que si no pagaba en 48 horas lo iba a matar. Al día siguiente mi cliente llamó agradeciéndome porque había recuperado su dinero y a mi oficina llegó un séquito de abogados para pedir que no mate al deudor. Algunos querían trabajar conmigo”.
Ninguno de los miembros del consorcio era obligado a entrar a su grupo, “al que le gustaba se quedaba y al que no se podía ir”. Pero quien apostaba por Jhasmani debía firmarlo en la piel. Un tatuaje en forma de pirámide invertida identificaba a los integrantes; la misma imagen de su bufete; la misma de la tapa de un disco del grupo de rock Therion.
FAMA Y PODER
Jhasmani Torrico Leclere habla de su vida y su fama recurriendo a citas de películas y series de televisión. Simula, a ratos, que acaricia en sus faldas un gato que, aunque inexistente, él describe como negro y de porcelana. Imita también la voz ronca de El Padrino, película cuyos posters exhibía en su bufete.
El 4 de febrero de 2017, luego de golpear a quien lo crio y le dio su apellido, miró a sus 15 cómplices y les gritó: “¡¿Quién domina a los policías, a fiscales y jueces?!”. A coro, ellos les respondieron: “¡Usted, doctor!”, relató Julián, el padrastro de Jhasmani Torrico Lecrere, el abogado más temido de Cochabamba.
Luego de secuestrarlas, Jhasmani Torrico amenazaba de muerte a sus víctimas, no sólo para evitar que lo denuncien, sino también para que paguen montos de dinero y firmen papeles redactados a su conveniencia. Agencias