Las acciones que hacemos sentados o reclinados con un mínimo consumo energético para nuestro cuerpo son parte del estilo de vida sedentario. Aquí podemos mencionar al uso del ordenador (mientras estamos sentados), el empleo del móvil en la cama o la realización de las tareas escolares de un niño en el comedor de su hogar.
Menos eficacia del sistema inmunitario. Una de las consecuencias del sedentarismo es la afectación del sistema inmunitario y de su capacidad para defender al cuerpo contra las infecciones. La falta de actividad física reduce la respuesta de los glóbulos blancos.
Osteoporosis. En esta condición se pierde densidad mineral en los huesos, volviéndolos susceptibles a fracturas. Cuando una persona no realizó suficientes estímulos de carga con ejercicios de fuerza o labores, tendrá una mayor pérdida de densidad ósea al sobrepasar los 40 años de edad.
Sarcopenia. Una medida de la calidad de vida en la tercera edad es la fuerza de agarre; es decir, la potencia con la que se pueden tomar objetos con las manos. Muchas personas sedentarias tienen una reducción notable de este parámetro, por haber perdido masa muscular, a causa de la inactividad física. La condición se conoce como sarcopenia y se hace más evidente con el envejecimiento.
Dislipidemia. En los adultos y promover la actividad física les permitía mejorar su perfil de lípidos en la sangre. En concreto, aumentaban los niveles de colesterol «bueno» o HDL. La actividad física regular mejora el metabolismo de las grasas, porque estimula la actividad de las enzimas que participan en la descomposición de los lípidos.
Obesidad. Si bien la obesidad es una enfermedad multifactorial, puede decirse con seguridad que el sedentarismo la tiene como una de las consecuencias principales. Las personas que no realizan actividad física aumentan de peso con mayor facilidad y suelen llevar un patrón de alimentación que favorece la acumulación de grasas.
Diabetes mellitus. La actividad física regular mejora la sensibilidad a la insulina. Cuando una persona es sedentaria, los músculos son menos sensibles a esta hormona, por lo que la glucosa ingresa menos a los tejidos y aumenta su concentración en la sangre. De hecho, en las personas diagnosticadas con la enfermedad, un pilar del tratamiento es la actividad física. El ejercicio propicia la entrada de glucosa a las células y, con ello, se mejora el control de la diabetes.
Hipertensión arterial. La falta de actividad física afecta la capacidad del sistema cardiovascular para adaptarse y bombear la sangre con eficiencia durante las actividades cotidianas. Sin ejercicio regular el corazón se vuelve más débil y la circulación sanguínea más lenta. Si las arterias permanecen con su diámetro más pequeño gran parte del día, el corazón debe hacer mayor fuerza para sostener la circulación.
Depresión. La actividad con falta de esfuerzo mental por excelencia es mirar televisión. Pasar demasiadas horas dedicados a esta acción produciría un aumento del riesgo de depresión. No obstante, no ocurre lo mismo cuando se trata de trabajar con un ordenador.
Mayor riesgo de cáncer. El sedentarismo es un factor de riesgo para muchos tipos de cáncer. Los desbalances hormonales por la falta de actividad física y la inflamación crónica que sobreviene por el estilo de vida son mecanismos por los cuales se incrementa la posibilidad de las neoplasias.
Mayor mortalidad. El estilo de vida sedentario se vincula con una mayor mortalidad por cualquier causa. Esto quiere decir que aquellas personas que no realizan suficiente actividad física tienen más riesgo de morir antes.