Los policías que ingresaron en la casa de Tijuana, México, vieron una escena de terror. Sangre por todos lados, cuerpos descuartizados y el de una nena con los ojos fuera de su órbita. Anastasia Lechtchenko fue detenida por la policía y presentada inmediatamente como una “joven rusa” que asesinó a su madre Yuliya Masney y a su hermana de 11 años Valeria.
Esa noche, Anastasia, de 19 años, estaba drogada y se peleó con su madre Yuliya, una pianista ucraniana y acróbata de circo que había emigrado a México. Entonces, habría tomado de la cocina un cuchillo con el que la mató para después descuartizarla. Lo mismo hizo con Valeria, su hermanita, diagnosticada con una discapacidad múltiple.
LA NOCHE DEL HORROR
Según la reconstrucción policial, Anastasia asfixió con una soga a Yuliya y Valeria. Luego las apuñaló y desmembró los cuerpos de ambas, le sacó el corazón a su madre y los ojos a su hermana, un proceso que tomó cerca de 7 horas. La joven usó tres cuchillos de cocina para cortarles las piernas, brazos y cabezas en la pileta de la cocina. La joven de 53 kilos lo hizo sola, sin ayuda, “porque eran brujas”, aseguró en ese entonces la fiscalía. Guardó los restos en bolsas negras de plástico que compró en una farmacia y, después, se fumó un cigarrillo quizás sin pensar en lo que había hecho.
Tres días después de los asesinatos, Anastasia confesó el crimen a su novio y a una amiga, quienes finalmente la delataron ante autoridades. Luego, ante la Justicia, Anastasia dijo que las mató porque sentía punzadas en la espalda y pulsaciones en el cuerpo que no la dejaban dormir.
“Mi mamá se dedicaba a la brujería y mi hermana era una muñeca, su aliada y títere. Y para que no continúen esos trabajos también hay que matarla. Para matar a una bruja, a ese espíritu maligno hay que cortarle partes inferiores”, afirmó ante el tribunal que la condenó a 80 años de cárcel casi sin inmutarse.
Antes de cometer el doble crimen, la joven mexicana de origen ruso buscó en Google “cómo matar a una bruja y cómo desmembrar un cuerpo”. Allí en la deep web halló que debía apuñalarla justo en el corazón. La chica anotó en un papel las instrucciones para cometer el crimen, sin saber que su rastro ya había quedado marcado en la computadora.
Durante sus declaraciones en la Justicia, Anastasia confesó que había sido violada, torturada por los policías, que la forzaron a decir que su madre y su hermanita eran brujas. “Yo había consumido drogas y cristal durante cinco días. Así que cuando me detuvieron me dijeron que si me declaraba culpable me iban a sacar”, dijo en entrevistas que dio a los medios mexicanos.
Pese a las contradicciones de Anastasia, hay datos en la Justicia que nunca cerraron del todo. Apareció un ADN de un hombre que nunca fue identificado. Además, los cuchillos y las bolsas en las que estaban los cuerpos no tenían huellas de Anastasia. Aún así, la Justicia condenó a la joven a 80 años de cárcel por el matricidio y el crimen de su hermana de 11 años.
Anastasia nació en San Luis Potosí, luego de que sus padres llegaron de Rusia, pero una vez allí, la familia se mudó en varias ocasiones hasta finalmente instalarse en Tijuana. La joven vivía con su mamá, Yuliya, de 45 y su hermana, Valeria. Se estima que el padre, Igor Lechtchenko, trabaja como entrenador de gimnastas en la Universidad Autónoma de Baja California.
ANASTASIA EN PRISIÓN
La joven lleva 7 años en prisión en la penitenciaria de Tijuana. Apenas ingresó a la cárcel le dio una entrevistas al diario mexicano El Universal. Allí declaró su inocencia. “Yo no descuarticé a mi mamá”, era el título de la nota. Anastasia no recuerda nada del día que ingresó a cumplir su condena. Si, rememora las duchas de agua fría y las lágrimas de su llanto que le provocaron una reacción alérgica.
En el penal le suministran flupazin, un antisicótico. Ya antes de los crímenes, la joven había sido internada en un hospital de salud mental, pero por falta de recursos no se le pudieron suministrar medicamentos. Lo que si le suena todo el tiempo en su cabeza como un mantra son 10 números que no son elegidos al azar. Un día después de haber llegado a prisión, se acercó al teléfono público del penal. Marcó el número y esperó que del otro lado atendiera su mamá. Agencias