Desde la comodidad porteña, Evo Morales desata su ira contra un país que atraviesa una de las peores crisis de su historia.
En estos días de pandemia, suelo hallar un escape en la televisión, en Netflix específicamente, donde hallé algunos materiales sobre Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, quien se declaraba a sí mismo “jefe de sicarios” de Pablo Escobar, el líder del cartel de Medellín que causó una oleada de terror en Colombia durante los 80 y principios de los 90.
Me sorprendió que Popeye, luego de salir de la cárcel, se hubiese convertido en una suerte de estrella mediática, pese a que sin rubor confesaba muertes y otros crímenes, incluso delante de familiares de sus víctimas, y no mostraba ningún signo de arrepentimiento, porque, según él, lo que pasó en Colombia fue una guerra y en toda guerra hay bajas civiles, siguiendo el libreto escrito por su patrón.
En un documental breve, varios personajes colombianos analizan el ascenso mediático de Popeye, y entre otras cosas, mencionan que las series y novelas sobre el narco hicieron mucho daño, porque crearon fascinación sobre los capos de la droga. Ahí también mencionan que la serie El patrón del mal es la que mejor refleja la verdad histórica de esos años de narcoterrorismo en Colombia, y solo por eso me tragué más de 70 episodios, que resultaron muy entretenidos, pero, sobre todo, me sorprendieron algunas similitudes con la actual situación boliviana.
Pablo Escobar, aunque no lo crean, se consideraba un hombre de izquierda, “con ideología”, por eso se rehusa a financiar a las fuerzas de autodefensa (socios suyos en algún momento) que combatían a los guerrilleros. Escobar decía: “Esos guerrilleros son gente de izquierda, como yo, la única diferencia es que yo soy rico”. Muchas veces repite cosas similares, con lo cual muestra una incoherencia (por ignorancia, es cierto) de pensamiento, ya que era un señor capitalista (en el segmento de lo ilegal) capaz de hacer cualquier cosa solo por dinero.
La misma incoherencia que vimos y seguimos viendo en Bolivia, donde los jerarcas del MAS gozaban de privilegios que el pueblo llano jamás podría soñar. Hablaban de los cambios en educación y salud, pero tenían a sus hijos en colegios privados (y no en cualquier colegio) y al menor resfrío se iban al exterior para recibir atención médica, solo por citar algunos ejemplos.
Escobar planifica una estrategia de terror, su plan era causar pánico colectivo mediante actos de violencia que afectaran no solo a autoridades, sino también a personas inocentes. La idea era que la sociedad, aterrorizada, exija al gobierno colombiano que ceda a las demandas del narcotraficante.
Pues es la misma estrategia ideada por el masismo y la llevaron a la práctica en octubre y noviembre de 2019, como también ahora, paseándose con armas, como caballería moderna, amedrentando pequeñas poblaciones, además de emitir consignas sanguinarias constantemente.
Escobar le puso precio a la cabeza de policías, de cualquier policía. 2.000 dólares por policía común y cinco mil por policía de élite; en poco tiempo, 200 efectivos fueron asesinados en las calles de Medellín por jóvenes que querían plata fácil.
Aquí no llegamos a ese extremo, pero hay videos donde dirigentes masistas instan a marcar casas de policías, a matarlos, aunque no ofrecen dinero; sin embargo, sí hay ofrecimiento de dinero para marchistas, bloqueadores y quién sabe si también para motoqueros armados.
Es decir, estamos a un paso de que se ofrezca dinero para perpetrar crímenes (si es que no lo han hecho aún, recordemos la quema de Puma Kataris y de casas de periodistas y activistas).
Y claro, Escobar también advirtió que el gobierno de Colombia sería responsable por el derramamiento de sangre. Es como si alguien te pidiera aumento de sueldo, tú no se lo puedes dar, y el empleado te dijera: “Usted va a ser responsable de que yo le robe”. O sea, una insensatez mayúscula, pero que los masistas repiten constantemente.
En estos últimos conflictos, de hecho, han hecho la misma advertencia, y claro que hubo muertos, 32 por falta de oxígeno a momento de terminar esta columna. Sin embargo, de antemano y con cinismo indignante, los masistas se lavan las manos.
Escobar se ensució las manos al inicio de su carrera criminal, pero pronto comenzó a delegar la violencia. Así también lo hace el patrón del MAS, que desde la comodidad porteña desata su ira contra un país que atraviesa una de las peores crisis de su historia. Y hay muchos “popeyes” en Bolivia: Juan Carlos Huarachi, Leonardo Loza, Andrónico Rodríguez, etcétera, y como Jhon Jairo Velásquez con Escobar, veneran a su patrón y están dispuestos a causar muerte por orden suya.
Evo se regodea en la muerte, en el caos, pues seguramente, igual que Escobar, considera, en su retorcida mente, que está en una guerra. El colombiano decía que estaba luchando por la soberanía, para que ningún compatriota fuera extraditado, cuando la verdad es que solo se preocupaba por su pellejo.
Morales enarbola la lucha por los pobres, pero solo le interesa no serlo, seguir gozando de los lujos que le proporcionó el usufructo del poder.
Lo peor es que hay un patrón del MAS, vale decir, un patrón de conducta que se sigue repitiendo incluso con el actual gobierno. Según Diego Ayo, esta lógica de violencia como salida simplona se va a repetir en el futuro, porque los viejo políticos no han sabido dar respuesta a los problemas de la coyuntura, de modo que el populismo, de izquierda o de derecha, con su discurso extremista y de enfrentamiento, aparece como única opción en nuestro horizonte político.
Es ese el patrón que hay que romper, con el imperio de la ley. Negociar con delincuentes no es lo más aconsejable; si no, pregunten a los colombianos que vivieron la época del Cartel de Medellín. Tampoco se puede hacer el juego del desgaste, que busca enfrentamiento entre civiles; el Gobierno debe hacer respetar las leyes y no promover la justicia por mano propia. Ese patrón de conducta política es una de las nefastas herencias del MAS y romperlo está en nuestras manos.
Del otro patrón, del que se esconde en la Argentina, ya se encargará la justicia.
Willy Camacho Escritor