El Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia, enfrascado en una campaña electoral, se siente incómodo por la reciente notoriedad de su líder fundador e “histórico”, Evo Morales, acusado con gran escándalo por el Gobierno interino de Jeanine Áñez de haber tenido relaciones sexuales con menores de 18 años. Uno de sus miembros más importantes, el expresidente de la Cámara de Diputados, Víctor Borda, declaró que el expresidente “debe asumir su responsabilidad” y que su ciclo como dirigente del MAS “ha acabado”. Al mismo tiempo, los más leales a Morales, exiliados con él en Argentina, han llamado a los militantes del partido izquierdista para tratar de prevenir una rebelión. Una fuente cercana al búnker del exmandatario en Buenos Aires declaró a EL PAÍS que “Evo no va a renunciar nunca”. Y así lo señala él mismo en su libro de memorias Volveremos y seremos millones, que se publica estos días en la capital argentina.
“Mientras tenga la vida, seguiré en política, seguirá la lucha por la democracia… Me da orgullo haber cumplido. Tenemos lindo plan para continuar”, dicta Morales a los editores de este libro. En él, no responde a las últimas acusaciones de estupro realizadas por el Gobierno boliviano, pero sí a las anteriores por “terrorismo y sedición”, así como a la mucho más antigua de haberse vinculado con el narcotráfico: “Hasta ahora no encuentran nada y no pueden encontrar nada. Y no van a encontrar, por supuesto, ¿qué pueden encontrar, si no hay? Tantos años buscando y nada encuentran. Encuentren”, desafía.
Hoy sus enemigos quizá puedan decir que han encontrado, finalmente, con qué dañarlo. Sin importar cuál sea la suerte jurídica de los últimos casos que el Gobierno boliviano ha planteado en su contra, su impacto mediático –y, probablemente, electoral– ya ha sido considerable. Para asegurar este efecto, el Ministerio de Gobierno (Interior) permitió que el material de la investigación policial se filtrara a la prensa, causando así una víctima colateral: una mujer de 19 años cuyas fotografías y viajes personales fueron exhibidos en casi todos los medios de comunicación del país.
El sociólogo Fernando Mayorga, autor de un estudio sobre el estilo político de Evo Morales, cree que el expresidente boliviano vive un “momento de debilitamiento o cuestionamiento” de parte de algunos de sus adherentes, que saben que no es conveniente que él siga siendo el jefe de campaña del MAS, en especial porque no ha hecho “una declaración pública que clarifique la situación”.
Evo Morales repite así el error que cometió en 2015, cuando se destapó la relación que había tenido con otra mujer también muy joven, Gabriela Zapata, y se supo que esta había aprovechado su condición de exnovia del entonces presidente para enriquecerse ilícitamente. Morales no dio entonces una explicación completa de lo sucedido y poco después perdió el referéndum que había convocado para cambiar la Constitución y poder reelegirse una vez más. Mayorga piensa que ahora, después de lo que acaba de suceder, ya no existe posibilidad de que Morales intente postularse en 2025 y que los eventos adelantarán la discusión sobre la renovación del liderazgo del MAS, lo que “será bueno”.
En el texto del expresidente boliviano, publicado por la editorial Planeta, aparece claramente su línea de defensa ante posibles críticas: Para “descuartizar” al MAS, afirma, tienen que descuartizarlo a él. “El golpismo puede consolidarse o el neoliberalismo puede volver por la división, por la traición o por la ambición de algún dirigente. Si no hay división, si no hay traición y si no hay ambición personal de algunos, no”.
La figura de Morales sigue siendo central en la izquierda boliviana. “Yo pensé que iba a estar totalmente aislado como asilado, pero tengo más bien tiempo para llamar. Ahora estoy más en contacto aun que antes”, cuenta. Hablar con él, sin embargo, resulta riesgoso. Varias personas están siendo enjuiciadas y su secretaria, Patricia Hermosa, se halla en prisión por seguir en contacto con él. Uno de los procesos por estupro que tiene pendiente Morales comenzó, según las autoridades, por un hallazgo casual en el marco de la búsqueda de personas que se comunicaron con el expresidente para, supuestamente, organizar el bloqueo de carreteras de noviembre pasado. Pese a esto, Evo Morales admite que habla diariamente con Luis Arce, el candidato de su partido, y con militares, policías y muchos otros “compañeros” que le informan de la situación nacional.
Incluso así, sus días en cuarentena son aburridos. “El tiempo parece sobrar, después de comer, de dormir, hacer ejercicios, grabar algunas entrevistas. A veces me siento calabocista (sic). Detenido, me siento: encarcelado en un calabozo”.
Las memorias de Morales no añaden nueva información ni hacen una nueva interpretación de los hechos que dieron lugar a su huida de Bolivia, en noviembre pasado, primero a México y luego a Argentina. Según su versión, fue un golpe de Estado realizado por la policía, que en Bolivia no funciona como una institución, sino como un grupo corporativo en busca de recursos públicos, y por los comandantes militares que recibieron millones de dólares de la élite opositora, “fascista y racista”, para echarlo del poder. Solo hay un párrafo de autocrítica en el libro: “Y por supuesto, ha habido algunos errores. Normal. Me equivoco. Nos equivocamos. Porque somos seres humanos. Lo más importante es cómo corregir, que los errores no sean intencionales, que los errores nunca sean el fruto podrido de ambiciones personales egoístas”.
Morales cuenta que trabaja con varios equipos de exiliados bolivianos y de militantes izquierdistas argentinos. Repite anécdotas de la trayectoria extraordinaria que lo llevó de ser pastor de llamas al presidente más singular de la historia contemporánea de Bolivia. En una de las pocas notas personales nuevas, el libro está lleno de alusiones a Salvador Allende, el presidente chileno que se suicidó para no caer capturado por las tropas golpistas de Augusto Pinochet. El expresidente boliviano se cuestiona si, después de su derrocamiento, él debió resistir a las fuerzas policiales que querían detenerlo y no buscar exiliarse. Zanja este asunto repitiendo la frase que entonces le espetó su vicepresidente, Álvaro García Linera: “Aquí, si queremos salvar el proceso de cambio, hay que salvar la vida de Evo”.
La pregunta que queda abierta es hasta cuándo y hasta qué punto el MAS le va a seguir salvando la vida a su “jefazo”. Agencias