Hay muchas formas de perder, pero siempre será muy doloroso cuando esa derrota tiene directa relación con el arbitraje. Con un cobro incomprensible, con un pito silenciado vaya uno a saber por qué. Ever Aquino, el árbitro paraguayo, se transforma en enemigo de estado, porque, con la ayuda del VAR, no cobró un penal claro para Chile. Y en la jugada siguiente Uruguay sacó un triunfo de la nada en Montevideo.
Rueda sorprendió. Apostó por Nicolás Díaz y lo ubicó como lateral izquierdo. Por la derecha dejó a su hermano Paulo y con eso dio otra campanada: una línea de cuatro en el fondo, contraria a lo que había ensayado en su único entrenamiento en Juan Pinto Durán. El DT seguramente pensó que así se neutralizaba el esquema local, con solo una referencia en ataque (Luis Suárez) y tres volantes detrás de él para alimentarlo. Un dibujo poco utilizado por la Celeste, quizás por la ausencia de Edinson Cavani.
De todas formas, y pese al mayor dominio uruguayo, el juego era más o menos tranquilo para Gabriel Arias en el arco. Es cierto que el travesaño lo salvó tras un remate de Valverde, pero no sufrió mucho más. Para desnivelar, el local necesita la ayuda del VAR (y también de Paulo Díaz, que perdió el balón en la salida). La tecnología avisó al árbitro Aquino una mano de Vegas (discutible porque primero pegó en el muslo) y Suárez no perdonó el regalo de los jueces para abrir la cuenta.
El gol a pocos minutos del descanso pareció un castigo muy duro para la visita. Hacía falta mayor presencia de Aránguiz, Vargas y Sánchez. Y vaya que escucharon el llamado, porque justamente una muy hermosa triangulación de estos tres terminó con el empate, obra de Alexis (54′).
Chile apenas buscaba más. Y el mismo Aquino, en complicidad con el VAR, le arrebataron esa posibilidad. Porque así como fueron drásticos con la mano de Vegas, se quedaron indecentemente callados con una mano evidente de Coates, que supuestamente sí fue revisada. Con justificación, el cuadro chileno se sintió robado.
La rabia se transformó luego en frustración, pena, impotencia. Porque en los descuentos Maxi Gómez sacó un derechazo que derrotó a Arias y decretó el 2-1 para Uruguay. Injusto, mezquino para un Chile que no jugó para perder y que de todas formas se fue vencido del Centenario. Otra vez.