«Es un poquito biónica», dice entre risas María del Carmen Vaca Díez (64), hija de Estelita Díez (88), sobre la energía de su mamá, independientemente de sus prótesis de rodilla, de cadera, el marcapasos y, encima, el Covid-19 del que ya está sanando.
Al verla, pocos creerían que Estelita esté acariciando las nueve décadas de vida. Hace más cosas que cualquier quinceañero. Supervisa el hogar de ancianos Dios Ilumina, que creó hace mucho tiempo, y que está ubicado en la avenida Banzer, entre tercer y cuarto anillo, detrás de Toyosa.
Actualmente tiene a su cargo a 25 varones de la tercera edad, antes eran 40, pero el Covid-19 mermó la población, fallecieron varios, sobrevivieron más, pero otros fueron recogidos por sus familiares ante la llegada del virus al albergue.
Estelita decidió dedicarse a este grupo vulnerable en agradecimiento a su segunda oportunidad de vida. En 1999, cuando caía la noche, se dirigía a su iglesia para alabar a Dios, cuando un vehículo la embistió con tal fuerza que la hizo volar por encima del capó, con solo raspaduras y golpes. Después de una tomografía, se aseguró de que estaba casi ilesa. Ella tiene una explicación sobrenatural: «De seguro Dios dijo: ‘esta va de ida a mi casa’ y me protegió», asegura.
Desde ese momento se puso un propósito de agradecer sirviendo a su prójimo vulnerable. El camino le puso a los ancianos del Plan 3.000, empezó llevándoles desayuno al ver que se reunían para matar el tiempo en sus asociaciones con el estómago vacío, después les resolvía todos los problemas de documentación y trámites, sin cobrarles un centavo.
«A las seis de la mañana iban a la casa a tocar la puerta para que mi mamá resuelva sus problemas. Hasta le dijimos que abriera una oficina en casa», recuerda María del Carmen. Y así su persistencia y la vida la fueron encaminando, hasta que quedó con ancianos a su cargo.
El trayecto no fue fácil, tuvo que vender comida y vivir en carpa con algunos ancianos para mantenerlos, mudarse como nueve veces, ser víctima de amenazas de juicio y cortes de luz y de agua.
Sus cuatro hijos se enteraban de sus andanzas -como una vez en medio de una lluvia torrencial bajo una carpa pidiendo ayuda- recién cuando la veían a través de los medios de comunicación, pidiendo ayuda.
María del Carmen dice que, si bien oficialmente el trabajo de Estelita con los ancianos lleva 20 años, ha sido generosa de toda la vida; incluso cuando dormía en un cuarto con su familia y cuando apenas tenía recursos para ella. «Ayudaba a sacar presos de la cárcel, les ayudaba a sacar documentos a los ancianos y hasta organizó el primer congreso nacional de la tercera edad», recuerda María del Carmen.
«Son como mis hijos, yo los cuido, tengo mucha pena de estas personas porque ya no pueden trabajar», dice Estelita, que se deprime cada vez que fallece alguno.
La hija de Estelita tiene una versión muy conmovedora de las razones que mueven a su mamá a hacer el bien a los ancianos, además del accidente. «Tuvo una vida muy dura, una niñez difícil, prácticamente huérfana, mucha gente abusó de ella, a su papá lo conoció recién a los 33 años cuando lo encontró en Camiri. No lo veía desde los nueve meses de edad», explica.
Estelita buscó incansablemente a su papá hasta que le dieron el dato exacto. Le apareció en la puerta y le dijo: «Traigo una carta de su hija Estela, yo soy la carta». El padre abrió los brazos y ella recuperó la felicidad perdida de niña.
Cuando el papá de Estelita falleció, ella tuvo que ayudar a criar a nueve hermanos procreados por él, «era ojo alegre», bromea María del Carmen. Además de esos nueve hermanos, Estelita cuidó a su exesposo en la vejez, a pesar de que se habían divorciado hacía más de cuatro décadas.
«Creo que lo que ella hace por los ancianos es pensando en el tiempo perdido con su padre; al no criarse con él tenía añoranzas. Es como si esas buenas obras se las hiciera a su papá«, dice María del Carmen, mientras que Estelita está ocupada atendiendo a ‘sus niños’, como los llama, aunque algunos la superen con una década. Agencias