Una noche que sin duda será parte de la historia del Imperio Escarlata, no solo por haber clasificado a octavos de final de la Copa Libertadores de América como el líder de su grupo, también, por haber avergonzado a uno de los principales exponentes futbolísticos de Chile, ganándole en ese estadio emblemático que tienen, como es el Monumental de Chile.
Hay mucho para analizar de lo que hizo Wilstermann en los 90 minutos de juego, desde las equivocaciones del técnico Díaz, hasta la baja producción de juego de un par de jugadores, pero en el contexto final de lo que fue esta participación ante el Cacique, por ahora muy poco interesa el análisis, pues el Imperio Escarlata ganó, clasificó como líder y es el único representante boliviano que sigue de pie, en el torneo más importante del Continente Americano.
CHILENOS LLORAN Y ASÍ LO REFLEJAN
Terrible. Vergonzoso. Irritante. Y por doloroso que se lea, esperable. Sin copas internacionales, sin dinero, sin fútbol… Sin nada. A Colo Colo solo le queda la humillación de perder 0-1 ante Wilstermann, un equipo que apenas jugó a no perder. Triste revés, otro más, que dejó a los albos últimos en el Grupo C de la Copa Libertadores y eliminados totalmente (y con justicia) del escenario internacional.
Sí, había mucho en juego. Sí, la posibilidad de seguir en la Copa o quedarse con el consuelo de la Sudamericana. Sí, un millón de dólares para repartirse entre los jugadores y el club. Argumentos de sobra para pelearla en serio. Pero en el fútbol, por más ilógico que a veces sea, un equipo no se vuelve bueno por un acto de magia. Por más intención y ganas que se pongan, al final siempre afloran las debilidades cuando ya se han vuelto costumbre en una campaña.
Así se resume el partido del Cacique. Contra un adversario que prácticamente renunció a cruzar la mitad de la cancha, que aglutinaba jugadores cerca de su área, Colo Colo no encontró los caminos. Sin juego asociado, sin dominio por las bandas, sin ideas. Sin nada que para marcar diferencia.
Lo cierto es que el partido fue amargo, terriblemente aburrido. De mucha tenencia de los albos, porque así lo planificaron los bolivianos, y con mínima acción en los pórticos. Un partido oscuro.
Y lo peor para los chilenos es que en Montevideo, el Paranaense ya le había dado vuelta el partido a Peñarol. Ganaba 1-2 y con eso la clasificación a octavos de final estaba a un gol. Es más, literalmente sin hacer nada, el cuadro popular se instalaba en la Sudamericana.
Había que ir por el premio mayor. Gustavo Quinteros, sin embargo, ya lo había advertido: su elenco solo compite un tiempo. En otras palabras, no tenía herramientas para destrabar el juego. Algo intentó el DT metiendo a Provoste en lugar de Fuentes para darle más fútbol al mediocampo, pero a los pocos minutos se rindió ante la realidad y mandó a la cancha a Blandi y a Parraguez. Estrategia simple y desesperada: jugar a los ollazos.
La humillación se firmó en el epílogo. Un remate de Villarroel que se desvió en Provoste y el triunfo a manos del Wilstermann. La segunda victoria de un cuadro boliviano en 42 partidos oficiales jugados en Chile. Y al Cacique no le quedó nada. La apuesta por Quinteros para la Copa Libertadores se perdió. Al técnico solo le queda salvar a su equipo de no irse a la B. Y, como están las cosas hoy, parece una tarea titánica. Terrible. Vergonzoso. Irritante. Y por doloroso que se lea, esperable.
LA FIGURA
Sin duda la figura del partido fue el argentino Julián Rodríguez, quién junto a Cristian Chávez manejaron el medio campo con autoridad, hizo mucha falta de inicio el brasileño Serginho, pero no se entiende porque Díaz prefirió mantenerlo en la banca.
Si el poderoso tridente de la segunda línea, el Pato, el Pochi y el Sergi se juntaban de entrada, los Escarlatas tenían grandes chances de ganar el partido con más tranquilidad.