Navidad en Cochabamba, memorias, fe y tradición bajo el cielo cochalo

La Navidad en Cochabamba, como en gran parte de Bolivia, no siempre fue como hoy se la conoce. A lo largo del tiempo, las costumbres, los platos típicos, los cantos y las ofrendas dedicadas al Niño Dios han ido transformándose, algunas suavemente y otras hasta desaparecer. Sin embargo, la devoción por el Nacimiento del Redentor permanece viva en el corazón de los cochabambinos, protagonistas de una de las celebraciones navideñas más coloridas y entrañables del país.

Desde los días previos a la Nochebuena, el valle comenzaba a anunciar la llegada de la Navidad con un clima particular. En lugar de nieve, las noches se cubrían de una densa neblina atravesada por insectos noctámbulos que revoloteaban en torno a los faroles encendidos a mano en la plaza central. El clima cálido valluno, acompañado por cielos despejados y lunas brillantes envueltas en estrellas centelleantes, permitía incluso vislumbrar parte de la galaxia más cercana. A lo lejos, ligeros relámpagos anunciaban lloviznas pasajeras, mientras la ciudad se preparaba para celebrar la fecha más esperada del año.

En los hogares cochabambinos, la Navidad se vivía desde la cocina. Antiguamente, las mesas se vestían con sabores profundamente ligados a la tierra: lawas de choclo, papawayk’u y maicillos eran parte esencial de la cena. No faltaban el api morado y blanco, los buñuelos y una gran variedad de pasteles preparados por la familia la noche anterior. Según recordaba el antropólogo y filósofo Wilfredo Camacho (+), muchas familias acumulaban harina, trigo, levadura y maíz con anticipación para elaborar las tradicionales masitas de Navidad, símbolo de abundancia y unión familiar.

A medida que avanzaba la noche del 24 de diciembre, los más pequeños eran enviados a dormir temprano, aunque el sueño era ligero. Un poco antes de la medianoche, eran despertados con el sonido de campanas, que anunciaban la llegada del Salvador. “A las doce nos despertaban. Los mayores decían que había llegado el Redentor, y eso para nosotros era una emoción inmensa”, recuerda Camacho. Los niños se levantaban ansiosos para rezar, cantar y participar del brindis en honor al Niño Dios.

El Diácono de la Catedral Metropolitana de Cochabamba, Marcelo Bazán, relata que antiguamente las familias esperaban pacientemente hasta pasada la medianoche para asistir a la tradicional Misa de Gallo. Al concluir la celebración, regresaban a sus hogares para el brindis por el nacimiento del Niño Manuelito, realizado con algún licor de preferencia; aunque en muchos hogares se optaba por la chicha kulli o la chicha amarilla, bebidas profundamente arraigadas a la cultura valluna.

Los niños no solo recibían ropa o juguetes: lo más importante eran las ofrendas que ellos mismos elaboraban para el Niño Jesús. Pequeños sembradíos de maíz y trigo, plantados con anticipación en latas de sardina u otros recipientes, eran colocados con orgullo frente al pesebre. Entre los propios niños se decía que la planta que crecía más lo hacía porque había recibido mayor amor y dedicación.

Después de la cena, la casa se llenaba de música. Los villancicos tradicionales eran coreados por toda la familia. Tonadas como “A la nanita nana” o “Niño Manuelito” se mezclaban con cánticos en quechua y composiciones improvisadas por los niños. En este contexto musical, destacan también las dulces melodías navideñas del maestro Teófilo Vargas, quien encontró en el villancico uno de sus géneros predilectos.

El corazón simbólico de la Navidad cochabambina era el pesebre. Estos nacimientos se elaboraban con elementos naturales del valle: ramas de sauces llorones y molles con pequeños frutos rosados, que daban color y vida a la escena. La albahaca era considerada una planta netamente navideña; su aroma, según recuerdan muchos, bastaba para evocar la Navidad. En algunas familias populares, el Niño Manuelito, María y José eran vestidos con indumentaria típica de la región, reflejando una fusión entre la fe cristiana y la identidad local. Muchas de las figuras utilizadas databan incluso de la época colonial, convirtiéndose en verdaderos tesoros familiares.

Durante gran parte del siglo XX —especialmente en las décadas de 1950, 60 y 70— la Navidad en Cochabamba se vivía con un fervor espiritual que unía tanto al área urbana como rural. La interacción entre vecinos era constante; las familias se visitaban, compartían alimentos y abrían sus hogares a parientes lejanos o amigos que se encontraban solos. El mensaje central era el reencuentro, el perdón y la solidaridad.

Con el paso del tiempo, algunas costumbres se transformaron. Para el padre Miguel Manzanera (+), los avances modernos también trajeron aspectos positivos, como las luminarias navideñas, que reemplazaron a las velas y convirtieron los nacimientos en verdaderos puntos de encuentro comunitario. Sin embargo, desde una mirada crítica, Wilfredo Camacho señalaba que la introducción de prácticas ajenas a la festividad religiosa —como el énfasis excesivo en los regalos— ha desvirtuado en parte el sentido espiritual de la Navidad, introduciendo el consumismo y la ostentación.

Hoy, la Misa de Gallo ya no se celebra a medianoche, sino a las diez de la noche en la Catedral y parroquias de la ciudad. Aun así, el mensaje permanece: la Navidad sigue siendo un tiempo de reconciliación, de fortalecimiento del amor filial y de renovación de la fe. Aunque lo pagano y lo moderno se hayan integrado al imaginario colectivo, la esencia navideña continúa recordando a los cochabambinos que esta celebración es, ante todo, un llamado a la paz, al amor y a la esperanza.

Así era —y en parte sigue siendo— la Navidad de antaño en Cochabamba: una celebración donde la fe, la cocina, la música y la comunidad se entrelazaban para dar forma a una identidad profundamente humana y valluna.

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