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El Parkinson es una enfermedad crónica y progresiva del sistema nervioso que afecta a millones de personas en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a dos de cada 100 personas mayores de 60 años y se estima que en Bolivia más de 30.000 personas viven con esta enfermedad, aunque muchos casos podrían no estar diagnosticados.
Lo preocupante es que el diagnóstico suele realizarse cuando ya hay un avance del 80% en los daños neurológicos, lo que hace urgente conocer sus señales tempranas.
Aunque el Parkinson no tiene cura, su detección precoz puede mejorar de forma significativa la calidad de vida del paciente. Por eso, reconocer los síntomas iniciales puede marcar una gran diferencia.
PRIMEROS SÍNTOMAS:
Los primeros síntomas del Parkinson no siempre son evidentes y, muchas veces, se confunden con signos normales del envejecimiento. Entre los más comunes están:
- Temblores leves, generalmente en una mano o pierna, que aparecen en reposo.
- Pérdida del olfato (anosmia), que puede presentarse años antes de los síntomas motores.
- Cambios en la escritura, como escribir más pequeño de lo habitual.
- Alteraciones en la postura o la forma de caminar, con rigidez y lentitud de movimientos.
- Problemas de sueño y movimientos involuntarios al dormir.
- Cambios en la voz, que se vuelve más débil o monótona.
- Estreñimiento persistente y síntomas de ansiedad o depresión.
FASES Y PROGRESIÓN:
El Parkinson se clasifica médicamente en siete fases según la escala Hoehn y Yahr, que permite evaluar su progresión desde los primeros signos hasta las etapas más avanzadas:
ETAPA 1.
Síntomas muy leves, como temblores en un solo lado del cuerpo.
ETAPA 2.
Progresión hacia el tronco y aparición de rigidez en ambos lados.
ETAPA 3.
Pérdida del equilibrio evidente, con riesgos de caídas.
ETAPA 4.
Se requiere ayuda para actividades diarias.
ETAPA 5.
Dependencia total y deterioro cognitivo posible.
El rostro sin expresión, el habla suave o incomprensible, y la falta de movimiento en los brazos al caminar, pueden aparecer desde fases muy iniciales y, con el tiempo, los síntomas se agravan si no se interviene a tiempo.
TRATAMIENTOS:
Aunque no existe cura definitiva, hay múltiples opciones terapéuticas para aliviar los síntomas y mejorar la autonomía del paciente.
Medicamentos como la Carbidopa-Levodopa aumentan la dopamina en el cerebro y pueden controlar temblores y rigidez. Agonistas de dopamina e inhibidores de enzimas también son comunes en el tratamiento.
En casos avanzados, se puede optar por estimulación cerebral profunda (DBS), una cirugía que implanta electrodos en el cerebro para enviar impulsos eléctricos que alivien síntomas. Aunque eficaz, este procedimiento implica riesgos como infecciones o accidentes cerebrovasculares.
Otra técnica emergente es la ecografía focalizada guiada por resonancia magnética, que permite destruir, sin cirugía abierta, las zonas cerebrales que provocan temblores.
El tratamiento debe personalizarse. No todos los pacientes responden igual, por eso es vital un seguimiento médico regular.
UNA VIDA CON ESPERANZA
A pesar de su complejidad, vivir con Parkinson no significa resignarse al deterioro. El acompañamiento médico, los avances en terapias y, sobre todo, la detección temprana, permiten mantener una buena calidad de vida por muchos años. Además del apoyo médico, la contención emocional y la participación en grupos de apoyo son clave. La depresión y la ansiedad suelen acompañar al Parkinson, por lo que buscar ayuda psicológica no es un lujo, sino una necesidad.
Hoy, el Parkinson sigue siendo una enfermedad desafiante. Pero también es una oportunidad para aprender a escuchar el cuerpo, fortalecer los vínculos familiares y descubrir que el conocimiento y la acción temprana pueden devolver calidad de vida a miles de personas.
