Agencias
Lo que comemos no solo construye nuestro cuerpo, también modela la manera en que pensamos y sentimos. No es casual que un mal día parezca más llevadero con un buen plato o que la ansiedad lleve a comer impulsivamente.
La conexión entre nutrición y estado de ánimo es real y está mediada por un complejo sistema de comunicación entre el intestino y el cerebro. Esa red invisible convierte cada bocado en un potencial disparador emocional, para bien o para mal.
«La salud mental no solo se trata con terapia o medicamentos, también se construye todos los días desde el plato. Una alimentación equilibrada, rica en vegetales, frutas, proteínas de calidad y grasas saludables, tiene un impacto directo sobre la química cerebral y el equilibrio emocional». La ciencia comenzó a estudiar este fenómeno con más profundidad y ya no se limita a mirar las calorías, sino los efectos psicológicos de la dieta. Se ha descubierto que casi el 90% de la serotonina, un neurotransmisor que regula el humor, se produce en el intestino. Esto hace que la microbiota intestinal, es decir, el conjunto de bacterias que habitan el sistema digestivo, tenga una influencia directa en la salud mental, especialmente en los estados depresivos y ansiosos. El intestino produce casi el 90% de la serotonina del cuerpo, por eso, cuidar la microbiota con alimentos como yogurt natural, kéfir o verduras fermentadas puede mejorar notablemente el estado de ánimo y reducir síntomas como ansiedad, irritabilidad o tristeza persistente. El exceso de azúcares refinados, presente en gaseosas, dulces y bollería industrial, puede provocar una sensación inicial de energía que pronto se transforma en fatiga, irritabilidad o incluso tristeza. Estos picos de glucosa en sangre y sus caídas repentinas alteran el sistema nervioso y contribuyen al malestar mental. Lo mismo ocurre con los alimentos altamente procesados, que suelen estar cargados de conservantes, sodio y grasas malas. El azúcar y los ultraprocesados pueden alterar los niveles de glucosa y provocar desequilibrios emocionales. La irritabilidad, el cansancio extremo o la ansiedad muchas veces están vinculados con una dieta alta en refinados y pobre en nutrientes esenciales. La cafeína en exceso también puede ser un problema. Aunque una taza de café puede ser estimulante y agradable, su abuso puede alterar el sueño, aumentar la ansiedad y dificultar la concentración. Esto se agrava cuando se consume junto a bebidas energéticas que combinan cafeína, azúcar y otros estimulantes artificiales. El sistema nervioso termina sobreexcitado, afectando el descanso y generando una especie de montaña rusa emocional difícil de controlar.
No se trata de hacer dietas restrictivas, sino de incluir nutrientes clave como el magnesio, el triptófano o los omega-3. Estos componentes, presentes en alimentos como espinaca, nueces y salmón, ayudan a que el cerebro funcione con mayor claridad y resiliencia frente al estrés cotidiano. Otro alimento que puede interferir negativamente con el estado de ánimo es el alcohol. Aunque al principio puede relajar o dar una sensación de euforia, su efecto depresor sobre el sistema nervioso se vuelve evidente a medida que se metaboliza.
